Había conducido a Costa-Gravas al viejo cementerio judío de Pinkas, Praga. Nos habíamos paseado entre las tumbas. Hacia un sol de junio, velado de brumas lejanas. Como la mayor parte de los que vienen a Pinkas por primera vez, Costa-Gravas había preguntado por que algunas losas funerarias, mas estrechas que las demás, desprovistas de inscripciones, estababan plantadas de cualquier manera, a veces de través, en un inexplicable desorden. Le dije cual era razón, la sinrazón mas bien. Me alegro poder decirle la razón, la sinrazón de aquel amontonamiento de piedras mudas, anónimas. Esas piedras que parecían haber caído por azar en el cementerio, le dije, indicaban en realidad el lugar en que los judios habían enterrado las carroñas de perros que los cristianos, a lo largo de los siglos, del largo desprecio, del largo odio cristiano, habían arrojado por encima de los muertos de Pinkas para profanar aquel lugar sagrado. Bajo el sol e Praga, en junio de 1969, mirábamos las tumbas de los pobres perros que los cristianos, durante tanto tiempo, habían maltratado como a judíos; monumentos mínimos que perpetuaban tanto la locura de los hombres como su pierdad filial.
Autor: Jorge Semprun
Libro: Federico Sanchez se despide de ustedes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario