Quienes son los dos leones que arrastran el carro de
Cibeles.
Atlanta era una
joven muy hermosa y muy atractiva. Era además la que mejor corría. Los jóvenes griegos
que la habían visto correr con una faldita muy corta que con el viento desempeñaba el papel de telón
de teatro que sube y baja, no comían, no bebían, ni dormían, ni Vivian, desde
que vieron a Atlanta. Esta, no sabiendo como quitarse de encima a tanto moscardón
pesado, diseño una estrategia: “El joven que me desafíe a correr y que me gane
una carrera se casara conmigo, pero ojo, si pierde, perderá la vida. Le cortare
el cuello”.
Un atrevido le desafío y perdió. Atlanta pensó que si no mantenía
el tipo, seguiría el asedio importuno. Así es que decidió ser cruel una vez
para zanjar la cuestión. Le corta el cuello al atrevido infeliz y clavo su
cabeza en una pica. Pero hubo más atrevidos. Seguían apareciendo cabezas de jóvenes
cortadas y clavadas en las picas. Hipomenes, un joven más prudente y más
avisado, fue al templo de Afrodita (Venus) a contarle sus cuitas y a solicitar
sus consejos y ayuda: “Diosa del amor, me pasa como a Tántalo. Me muero de sed
de amor por Atlanta; la veo de cerca
pero, como Tántalo que tenía la fuente de agua cristalina sin poder
tomar ni una gota, no puedo saciar mi sed de amor. Diosa del amor, soy un Tántalo
que me muero de sed erótica por Atlanta”. Afrodita le dijo: “Hipomenes, yo soy
la diosa del amor. Has hecho bien en venir a mi templo. Podrás beber y saciar
tu sed de amor con Atlanta”. Hipomenes contesto: “Gracias Afrodita, pero ¿Cómo puedo
ganarle la carrera a Atlanta?”. Afrodita le contesto: “No te preocupes, Hipomenes,
para eso estoy yo. Toma tres manzanas de oro. Cuando empiece la carrera deja caer
la primera de ellas. Atlanta se agachara para cogerla y tu podrás adelantarla.
Cuando vaya a adelantarte suelta la segunda manzana y cuando vuelva a
alcanzarte, suelta la tercera. Ganaras la carrera.” Hipomenes contesto: “Gracia
diosa del amor”. Pero Afrodita puso una condición, dijo: “Solamente te pongo
una condición. El día de tu boda deberás venir a mi templo con Atlanta y con
todos los invitados a darme las gracias”. Hipomenes contesto: “faltaría más, es
lo menos que puedo hacer”.
Todo ocurrió como estaba previsto. Todos aclamaron a
Hipomenes por su inteligencia y astucia. Todos los jóvenes se morían de celos y
envidia. Al fin llego la noche de bodas. En el momento erótico de la verdad,
cuando finalmente Hipomenes dejaría de padecer la tortura de Tántalo, se apareció
Afrodita: “¡Anda se me ha olvidado ir a tu templo a darte las gracias!, perdona
Afrodita”. Esta con cara de pocos amigos, se limitó a decir: “Lo siento
Hipomenes y Atlanta. No se puede perdonar el pecado de ingratitud. Me veo ahora
obligada a convertiros en dos leones que durante toda la eternidad arrastrareis
el carro de Cibeles”.
Del libro “Aprender a pensar con libertad” de José Antonio Jáuregui.
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