elpinguinorecepcionista

Blog de Ricardo Pérez Roda.

domingo, 14 de julio de 2024

Pobreza y desarrollo

Llamo a la puerta de la dirección que me han dado y me recibe Mónica. Le cuesta un rato llegar hasta la puerta, pero me saluda amablemente: “Me había olvidado que venias” me dice. La mujer de 39 años lleva un vestido de playa verde y amarillo que hace que la generosa piel morena de su pecho, sus brazos y sus hombros le rebose por encima del elástico. Lleva el pelo negro rizado y brillante. Y cuando sonríe le brilla un diente de oro. La puerta de entrada se abre directamente al salón, un espacio pequeño y cuadrado de paredes desnudas y suelo vinilico. La habitación esta poco iluminada- las persianas están echadas aunque fuera luce un sol esplendido- y las únicas piezas de mobiliario que hay son un sofá y una butaca en azul ya descolorido, una mesita baja y un televisor. Pese a que en la mesa hay un cenicero, se ven varias colillas esparcidas por el suelo. Mónica me indica que me siente en el sofá y enciende distraída la tele cuando nos sentamos a hablar. Me cuenta que no llego a acabar la educación secundaria y que ahora trabaja en la cafetería de una escuela. Hace una mueca: “Gano 700 dólares al mes”- me dice ¡Al mes! También es madre soltera de Takisha, que justo acaba de llegar del colegio, vestida con una camiseta roja y unas mallas negras y con una diadema roja en el pelo, que lleva largo y trenzado. La adolescente es alta, pero con sobrepeso y un poco torpona. Cuando se lo manda su madre, se siente frente a nosotros, sin dejar de toquetear los botones de su móvil. Una de las mayores preocupaciones de Mónica es que su este segura, me dice: “No la deja ir a ninguna parte”, Takisha tiene solo 13 años, pero ya hay otras chicas de su que fuman, beben y tienen relaciones sexuales. Mónica recuerda sus días de adolescente, como la noche en que una amiga intima la invito a salir por ahí. No se fiaba de la otra chica que iba a salir con ellas, así que dijo que no salía. “Al día siguiente me entere de que la encerraron por un atraco. Le echaron aceite caliente a un pobre anciano y le robaron- me cuenta-. ¡Imagínate si hubiese ido yo en el coche! Una mala decisión que puede cambiar tu vida para siempre”. De momento no obstante, Takisha no se ha metido en líos y saca buenas notas en la escuela (en determinado momento de la conversación, hasta suelta una cita en latín) y me dice que de mayor le gustaría ser pediatra. Es evidente que tienen una relación íntima, se provocan cariñosamente y Takisha busca con una mirada tímida la aprobación de su madre antes de hablar, por ejemplo cuando le pregunto que en su tiempo libre. No hay mucho que hacer en Miledgeville, por lo visto. “Me gusta estar conectada con mi teléfono-me dice-. Me gusta comer”. La respuesta de Mónica es parecida. Los placeres de su vida son la tele- ve sobre todo programas de entrevistas y documentales sobre historias reales; por ejemplo, el de una adolescente que se suicido ahorcándose después de que la acosasen por internet”- y la comida. Takisha comería alimentos sanos si pudiese, dice Mónica, como gachas de avena, yogur o ensalada. “Pero yo no como esas cosas, así que no las compro”. En lugar de eso le chiflan las alas de pollo y otras cosas fritas.”Vivimos en la pobreza-dice—Así que me vuelco en la comida. Es lo que me llena. Lo odio, pero como para ahogar mi estrés y mis problemas”. La idea de abordar el problema de la desigualdad social no es que sea ninguna novedad, pero es cierto que la enorme magnitud de los problemas de salud causados por el estrés y la pobreza y el descubrimiento de que las circunstancias en las que nos criamos determinan par toda la vida el riesgo de sufrir enfermedades. Constituye hoy un argumento más potente que nunca para que los gobierno actúen. Del libro título: “Cúrate” Autor. Jo Marchant

No hay comentarios:

Publicar un comentario