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Blog de Ricardo Pérez Roda.

jueves, 14 de noviembre de 2019

Trato degradante




Leo en la prensa local, el homenaje que en su pueblo le han dedicado al deportista paraolímpico. No tengo nada, contra el citado deportista,  ni en contra del homenaje, es más lo conozco, pero nunca he hablado con él. Es un deportista paraolímpico por lo visto muy completo, que ha ganado numerosas medallas. Nada que decir al respecto, son perfectamente comprensibles los homenajes a sus triunfos y sus gestas.
 Mi conocimiento del citado deportista paraolímpico discapacitado, viene de coincidir en sus entrenamientos en la piscina cubierta. El entrenaba en una de las calles laterales de la piscina del citado centro deportivo. Coincidíamos por las mañanas, yo sabía que era un deportista de prestigio y reconocimiento, porque por aquel entonces era cuando seguramente se encontraba en la cima, de sus gestas deportivas. Era habitual en la prensa local, en las recepciones, conferencias y recibimientos por las máximas autoridades locales. Sigo expresando lo anteriormente expuesto, nada que decir ante sus logros como deportista. Ahora bien mi conocimiento era única y exclusivamente por coincidir en sus entrenamientos en la piscina cubierta. Algunas veces, me colocaba en la calle paralela, justo al lado de la que él se entrenaba. En mi caso siempre intentaba a nadar a mi estilo y forma, sin interferir con nadie. Nunca he tenido portentosas capacidades físicas en cuanto al ejercicio físico se refiere, así que conozco mis límites. Entonces conociendo mis límites, tampoco  intentaba emular al deportista paraolímpico. Digo esto por los mal pensados. Cuando tenía por ejemplo dos largos de piscina hechos, el paraolímpico posiblemente tendría cuatro o cinco, lo desconozco porque no los conté nunca.
 Pero cuál fue mi sorpresa, por el trato recibido, del citado deportista paraolímpico, un odio hacia mi persona indescriptible, sin mediar palabra, sin conocernos de nada. Jamás he hablado con el deportista paraolímpico, ni pienso hacerlo en el futuro. Ni he asistido a cualquier tipo de homenaje que se le haya tributado. El trato que me dispenso por las veces que me encontré nadando justo en el carril de al lado en el que se entrenaba, que no fueron muchas, dada su actitud. Me di cuenta enseguida de que debía de cambiar mi rutina y mis horarios de usuario. Su actitud  fue como mínimo terrible. Me dirigía siempre que podía  unas miradas de odio indescriptibles,  sin conocerme de nada. En una ocasión llego a hacerle gestos ostensibles al socorrista de que le irritaba mi presencia. Que quería expresar con aquellos gestos tan elocuentes. Era humillante su actitud, una ofensa gratuita, que no estaba para nada justificada, sin conocerme de nada. Pero si podía humillarme de forma psicológica, que es lo que hizo. Me sentí muy mal, todavía cuando lo recuerdo me siento mal. Por supuesto no me dijeron nada. Siempre he pensado que todo ello formaba parte de una habilidad para denigrarme y ofenderme, pero no puedo argumentarlo con elementos solidos de prueba. De hecho me sentí terriblemente mal y entristecido por lo sucedido. Tanto es así, que deje de ir a las horas en las que entrenaba y a evitarlo en todo momento y circunstancias.  Ignoro los porqués, máxime cuando no dependen de mí esos porqués. Simplemente constato unos hechos, que se produjeron en el momento álgido de cuando  era objeto de malos tratos psicológicos en la piscina cubierta. Constantes silbidos en mi presencia en las instalaciones, por parte de usuarios que yo no conocía de nada. Es muy penoso ser objeto de este tipo tan sádico de persecución encubierta. Silban en tu presencia, siempre en tu presencia, como si fueras un apestado. La gente se mira entre ellos con complicidad indisimulada, más sadismo imposible.
 Este escrito es para dejar constancia,  de lo humillado, entristecido y el bajón de autoestima personal  que sentí por el no trato recibido, valga la paradoja. Un odio hacia mi persona que nunca llegas a comprender.

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