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Blog de Ricardo Pérez Roda.

domingo, 7 de junio de 2009

Lucas 10, 25-37

Evangelio según San Lucas 10,25-37.

Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?".
El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
Hermoso evangelio el de hoy, es muy interesante, además de una gran belleza. A cuantos de nosotros nos gustaría encontrar un buen samaritano como el del evangelio, que curara nuestras heridas y nos confortara espiritualmente. Es muy bonito pensar y creer en el buen samaritano, pero ya no es tan bonito pensar y creer, que el buen samaritano podemos ser nosotros también. Cuantos de nosotros por cobardía y comodidad, nos negamos a ejercer de buenos samaritanos en nuestras vidas particulares. Una sonrisa, una palabra de consuelo, un buen gesto, una buena obra, cuantas veces las negamos por comodidad. Sin duda es un gran evangelio, para meditar, sin prisas y con calma.

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